Corría el año 1989 y el Perú se desangraba, estaba en su cúspide el Shining Path, los norteamericanos no se explicaban como 5,000 maoistas tenían en jaque a 24 millones de peruanos.
El teniente Barragán cumplía su deber en un paraje de la sierra (Andes peruanos), se preguntaba cómo ningún país desarrollado prestaba alguna ayuda en el combate contra esa agrupación, que quería imponer la Nueva Democracia, el Año Cero mismo Camboya con Pol Pot.
Él a diferencia de otros oficiales había vivido una etapa en la sierra, así que sabía cómo pensaba y actuaba el campesino, -el poblador de los Andes-. Era uno de los pocos que no creía en la solución argentina: llegabas a un poblado llamado zona roja y arrasabas con todos.
Así que salía a buscarlos donde se creían seguros, en la Puna, en esa zona a 4,000 metros de altura donde el frío cala hasta los huesos y sólo hay ichu (una especie de yerba). Ahí se desplazaban con sus mulas y vituallas los Shining Path.
Su trabajo era doble, dado que desde que salía de su base era observado por los mil ojos y mil oídos de los tucos (terroristas) o cumpas (compañeros), de tal manera que tenía que tomar una ruta para después dar un rodeo y dirigirse a otro camino, hacer eso entre cerros es todo un training.
Su esfuerzo daba éxitos, más un día llovió más de lo normal, retrasando su regreso y los cogió la noche, las noches en los Andes son totales, no puedes ver a más de un metro y agrega el frío, estás perdido si estás en una montaña/cerro.
Recordó las palabras de su abuelo: si un día te pierdes en la montaña sólo te queda buscar un recodo y arrimarte lo más posible. Eso fue lo que hizo con su patrulla. Péguense y tápense con las frazadas, fue la orden.
No quiso dormir, mas el cuerpo lo venció, en esa fracción de segundo, como una película vio cómo su vida pasó, desde que era niño hasta antes de salir de la base.
Al día siguiente sintió un peso encima de todo su cuerpo, le costó trabajo sacar la frazada que le había cubierto, dado que tenía un manto de nieve sobre ella. Un sol esplendoroso salía en los Andes.
Cuando le narró a un sargento, el viejo soldado sólo dijo:
“Mi teniente, sólo se vive dos veces”.