Ayacucho que en quechua significa: “Rincón de los Muertos”, zona donde se obtuvo la Independencia del Perú en 1821, es donde se inicia lo que en el argot militar se llama: una guerra de baja intensidad.

Esta historia comienza en 1970 en la Universidad de Huamanga, ubicada en el departamento de Ayacucho, cuando un grupo de catedráticos maoístas comienzan a formar cuadros para su llamada lucha popular.

Su líder recibió entrenamiento en Pekín, China donde el mismo Mao Tse Tung, el “Gran Timonel” le dio un prendedor de recuerdo.

En mayo de 1980 cuando se llevaban las elecciones electorales para el retorno a la democracia -luego de 12 años de gobierno militar-, un grupo de jóvenes destrozan ánforas y padrones electorales en un olvidado pueblo de Ayacucho.

El Presidente electo -que ya antes había gobernado (1963-1968)- llamó abigeos a los grupos rebeldes de aquella época, no le dio la importancia respectiva.

Se producen ataques a destacamentos policiales alejados, a gobernaciones, derribo de torres de alta tensión que trasmiten la luz a los diversos pueblos y ciudades.

En marzo de 1982, el enemigo en la noche toma la ciudad de Huamanga y libera a sus presos ubicados en la cárcel, el impacto es tremendo.

La intervención de las Fuerzas Armadas se produce en 1983.

El aeropuerto de Ayacucho es llamativo, porque si no le avisan a los pasajeros cuando uno está por aterrizar, piensa que se va estrellar, dado que el avión tiene que pasar entre cerros (montañas).

El retorno tiene otra emoción, dado que el final de la pista del aeropuerto termina en un precipicio (hondada) donde el piloto tiene que poner toda la fuerza del motor para no caer.

El principal hotel de Ayacucho tiene 400 habitaciones y en esa época solo tenía 3 huéspedes.

Uno hacía un recorrido por las zonas y parecían escenas de las ciudades bombardeadas de la Segunda Guerra, y las carreteras mostraban un Beirut con camiones, carros, trailers volteados y quemados, y en los cerros, el enemigo con sus vigilantes, haciendo notar su presencia.

En 1984 el enemigo atacaba a nivel nacional. Las zonas rurales empezaban a ser controladas por ellos, donde fusilaban a los ladrones y violadores.

La policía no estaba preparada para enfrentarlos empezando por su armamento, usaban una sub ametralladora MGP 79 de 9 mm, llamada “la canchita” porque cuando se disparaba sonaba toc, toc, toc, a los 60 disparos se recalentaba el cañón.

En 1985 mejoran algunas unidades al darles el fusil alemán G 3, llamado “la escobita”, porque barría con todos.

El enemigo usaba los coches bombas para aumentar el terror, tenían en abundancia dinamita, que lo robaban de las minas y le agregaban anfo con lo cual el poder destructivo aumentaba.

En 1989 llegan a su cumbre, controlando sectores del país, los americanos no entendían como 5,000 maoístas ponían en jaque a 24 millones de peruanos.

Gran parte de las zonas rurales estaban sin autoridades, había un vacío de poder, solo quedaban grupos protestantes, llamados acá evangélicos, el enemigo entonces produce matanzas de ellos y queda asombrado que no le temen a la muerte.

El capitán Gamboa conoce al enemigo y ha vivido en la Sierra (los Andes) sabe cómo piensa y actúa el campesino.

Explica a sus subalternos:
El enemigo ofrece un mundo nuevo al campesino, un mundo sin desigualdades.
El Gobierno le ofrece nada.
Tenemos que ganarnos al campesino y a los evangélicos. No es con dinero
sino con confianza.

El enemigo se mueve como pez en el agua, quitémosle el agua.

“Por nuestros actos nos conocerán” y establece reglas básicas en la tropa.

A los evangélicos los convence hablándoles en su idioma: Esta es una lucha entre el bien y el mal, entre dios y el diablo.

A los campesinos con sus acciones, sé que antes estaban entre dos fuegos, sé que ambos bandos les robaban, ahora vean respetamos sus cosechas, respetamos a su varayoc, hay cierto orden, si el enemigo llega todo destrozará,
tienen que tomar un bando, no todo el tiempo estaremos para protegerlos, ustedes
mismos se tienen que proteger para lo cual les daremos armas.

Así fue, empezaron a luchar por su tierra, por su libertad.

La eficacia y eficiencia del capitán Gamboa no pasó desapercibida por el enemigo, pese a tener un nombre de combate se convirtió en un objetivo.

Gamboa ya se había salvado de una emboscada, al encontrar en el camino una oveja muerta, es una costumbre andina que él sabía lo que significaba: cambio de ruta.

Había indicado a su tropa si algún día nos cogen entre cerros, dispérsense en grupos de dos, sobrevivan.

Ese día había llovido toda la noche y se producían simultáneamente diversos ataques al amanecer, el capitán Gamboa con su tropa se moviliza al poblado donde la defensa era más débil, mas la carretera estaba minada, los portatropas vuelan, el capitán Gamboa sangrando queda a la orilla de la pista, siempre discretamente llevaba una granada.

El enemigo aparece, patean a los caídos, el que decía ay o emitía un gemido era rematado con un tiro en la cabeza.

Al ver a su enemigo que se acerca, el capitán Gamboa agarra la espoleta de la granada: “Ven cumpa (compañero) ven, hoy sabremos a quien el barquero lleva a la otra orilla”.

De repente todo se vuelve oscuro, Gamboa se había desmayado y eso lo salva.

Se despierta oliendo alcohol en un hospital de Lima.

Costillas rotas, brazo roto, pierna rota, heridas múltiples, mas sobrevivirá. “Es usted un hombre con suerte”, le indica el médico.

En muchos ejércitos, cuando un soldado es herido expresa: “ya puedo volver a casa”.

El capitán Gamboa, como todo soldado peruano expresó: “Espero recuperarme pronto, para regresar al combate”.