“Guerreros de los Andes”, con su caballo, su fusil, su morral de cancha y su sombrero chato.

Blancos, ojos azules, fumando su puro que ellos mismos hacían, así eran los morochucos, descendientes de los Almagristas.

Esta historia empieza con los tres socios de la Conquista del Perú:Francisco Pizarro, Diego de Almagro y el sacerdote Hernando de Luque, quienes para sellar el pacto comen de una hostia partida en tres pedazos.

Efectuada la conquista de la tierra de los Incas y el Oro (el Perú) se reparten el territorio, quedando con la menor parte Almagro por lo que opta ir al Sur, a Chile para nuevas riquezas, mas lo que consiguió es regresar con un ojo menos y las manos vacías por lo que le ponen de mote: “El Tuerto del Sur” y a sus tropas: “Los de Chile”.

Pronto estalla la guerra entre los conquistadores, perdiendo Almagro, Pizarro les quita todo sus riquezas a los almagristas, quedando en la pobreza; era tal que en aquella época para caminar por las calles tenías que usar una capa, y ellos solo tenían una, por lo que les pusieron: “Los caballeros de la capa”, quienes no aguantan el oprobio y vengan a su jefe, matando a Pizarro y colocando de gobernador a su hijo: “Almagro, el joven”.

La Corona española sofoca la rebelión y vence a “Almagro, el joven” en la Batalla de Chupas, 1542.

Vae Victis: ¡Ay de los Vencidos!
Solo les espera el cadalso o la perdida de su libertad.

Los Almagristas optan por la huida, se refugian en las zonas más alejadas de los Andes. Al aclimatarse al frio y a la altura, se dedican a la crianza de ganado y caballos, siendo excelentes jinetes y guerreros.

Participan en la Guerra de la Independencia de 1821 y apoyan al “Brujo de los Andes” (General Andrés Avelino Cáceres) en la Guerra del Pacifico, 1879.

Es en el departamento de Ayacucho, donde se concentran la mayor cantidad de morochucos.

Los abuelos siempre hacían presente que nazca varón, para conservar el apellido, era más para conservar la etnia.

Es en la década del 80 cuando conocí a don Aurelio, anciano morochuco que aún hacia sus puros, mas no los fumaba por cuestiones de salud, parecía un anciano español y había tenido dos hijas. Ya no había otro con sus rasgos.

Mis ojos han contemplado al último morochuco.